lunes, 28 de julio de 2014

Se fue Pinto y nosotros seguimos aquí


Por Raquel León Rodríguez
El jueves 24 de  julio, José Luis Pinto anunció por medio de una conferencia de prensa que no seguiría como técnico de la Selección Nacional de Fútbol, pero la noticia no fue precisamente su salida, porque en días pasados el rumor de su partida era inminente. “Pinto”, quien llevó  a la “Sele” al Mundial, antes de irse la “dejó picando en el área”. Una serie de declaraciones dejaron al descubierto la “situación”  que vivió mientras estuvo al mando del equipo; con analogías, llanto y cámaras nos dijo: ¡adiós!.
  
Está demás mencionar  el revuelo que causó con los miembros de la Federación y seleccionados. Pinto abrió el portillo para que la afición se enterara que el cuento de hadas que nos dibujaron era  más una historia terrorífica de dimes y diretes.

Dicen que el muerto y el arrimado a los tres días apesta, pues ya llevamos casi cuatro de desayunar, almorzar, cenar y hasta merendar el ahora calvario de los jugadores y las declaraciones de Pinto. Es decir, el fútbol genera pasiones, emociones, alegrías y tristezas, este tema nos metió  furor en las venas, pero ¡ya! Todos los involucrados hablaron, todos sacamos conclusiones.

 No es posible que esta novela se convierta en el tema principal de los medios de comunicación ni en  el problema más serio que nos aqueja en este momento. Casos de niños desaparecidos, el conflicto entre Israel y Palestina, el aumento en el precio de la gasolina, temas políticos, sociales, ambientales y más.

Cuán aletargados estamos. Pinto se fue, hará su vida en otro equipo, nadie le quitará lo “bailao”, los muchachos de la “Sele” serán los héroes más destacados que la historia del fútbol nacional alguna vez haya tenido y  nosotros con el corazón mallugado por seguir siendo testigos  de la doble moral con que se maneja casi todo, pero seguimos aquí, las realidades siguen siendo duras, las cosas malas siguen pasando.

Ya está bueno de tanto luto, el lunes de cada semana siempre regresa y nosotros tenemos que buscar la forma de encontrar  soluciones o por lo menos dejar de hacerle “carga” al problema.

miércoles, 23 de julio de 2014

Bitácora de una travesía

            “No vayas a creer lo que te cuentan del mundo, en realidad el mundo es incontable”, así recita un poema de Mario Benedetti,  lo he leído, escrito en papel como frase célebre y vuelto a releer porque siempre he creído  que existe un efecto maravilloso entre lo que se imagina y lo que se vive. El  mundo es un lugar muy pequeño en las narraciones del hombre e  inmenso en los libros de literatura, pero hay un mundo que se palpa, se come, se huele y se recorre con zapatos nuevos, viejos, inclusive con medias rotas.
            Gracias al efecto de la cotidianeidad consumada, creía que “cruzar el charco”  era una posibilidad para una  mujer entrada en los cuarenta que alguna vez pretendo ser, pero en los planes perfectos de mi creador, los “veintes” serían la época para enterarme que salir del país del cual nunca me había alejado más de cien metros, era más que una experiencia de cultura o placer, era encontrar pedazos de tierra poblados por costumbres, sonidos, miradas y un sinfín de curiosidades.
            Madrid, París, Ámsterdam, Zúrich y Edimburgo. Cinco capitales, cinco formas, figuras, idiomas. Calles de adoquines, los metros, las maletas, los vecinos de asiento que a lo mejor estaban tan sorprendidos como yo de ver pieles tan diferentes. Ese cielo de verano tan cerca de todo, edificios altos y  elegantes como los señores que sacan a pasear a sus perros.
Ni el avión,  ni los aeropuertos, ni  las voces o la comida me habían mostrado que ya no estaba tan cerca de mi país, hasta que el umbral entre las gradas de la estación del metro y la luz recién aparecida de la tarde de París me cachetearon: ¡Llegué! Un euro con cincuenta, ese es el precio que pagué por un pedacito de repostería, no sé cómo se llamaba aquel conjunto de mezcla pegajosa, pero su sabor será  para mí como la magdalena de Proust: miel y naranja.
            Artistas cantando en calles, trenes, esquinas, con acordeones, gaitas, violines, entre los puestos de comida y las ventas de chucherías, acompañados de manifestantes, musulmanes recitando  el Corán y miles de flashes sorprendidos.
            Aquel caballero que temblaba no porque le asustara mi presencia o no conociera la ruta a la que yo no sabía llegar, si no que era  víctima de algún padecimiento que le impedía mantener la quietud, pero no la amabilidad con la que me explicaba como llegar. Dinero en todas las monedas, billetes, valores y consumos.
Pequeñita, un alma pequeñita, así me sentía, una mujer con zapatos de color beige y unos lentes para salir bien en las fotos. Palacios, estatuas, castillos y montañas estaban detrás de cada uno de mis “selfies”. Me consumía la idea de tener cerca a una señora tan famosa: La Torre Eiffel. Conocernos no sería más el cuadro que tengo en mi cuarto o el broche  que me regalaron para mi cumpleaños. Ahí estaba, cerquita, casi de la mano, pero más que verla desde abajo como hormiga o desde el frente fue ese momento en que se asomó por mi hombro derecho, entre el Río Sena y la estatua de un ángel enamorado.
            Amé extrañar a Costa Rica, el precio de las manzanas y los bananos, crear comparaciones  de lo bueno y lo feo, amé encontrar cuán grande puede ser la capacidad de aventura que alberga un cuerpo, me encantó tener piernas fuertes para sostener tanta emoción y suelas casi mágicas que me hicieron alzar un poco los pies de la tierra.

            Por fin, no lo leí en ninguna parte, no me lo contaron. Attraversiamo

miércoles, 26 de febrero de 2014


¡Qué rico un cafecito!

Por: Raquel León R.
 
Negro o con leche,  con azúcar o algún sustituto. No importa el ingrediente extra que se le agregue, la taza de café tiene voz propia.  El concepto de “¡vamos por un café!”, es más que una expresión rutinaria, es un ritual que introduce a sus miembros en una obra de recuerdos posteriores.
En un país como el nuestro en donde la cultura del famoso “Grano de Oro” representa unas de las raíces más fuertes de los costarricenses, disfrutar de una taza de café es un símbolo de compañía, historia y una catarsis elevada.
Y es que, quién no ha experimentado una relación directa con el “cafecito”, ese amigo que nos permite leer con plenitud un libro, ese confidente que sirve de mediador entre un grupo de amigas quejándose y riéndose de los hombres o de ese compañero de negocios que cierra tratos en mesas de ejecutivos, pero su mejor papel es ese en que funciona de cupido entre una pareja que recién se conoce o aquella que se reconcilia.
            El café de Costa Rica es considerado una delicia al paladar, según la revista Excelencias Magazines,  nuestra región está valorada como una de las zonas donde se produce una de las mejores y más ricas variedades de café por su ligero sabor y su magnífica fragancia.  Indudablemente este sagrado grano lo encontramos en todas las casas y restaurantes de nuestra querida Tiquicia.
            El centro de San José es un testigo fiel de la incorporación de paisajes “cafeteros”, es común observar por las tardes a la gente con una sonrisa en el rostro segundos después de quitar su boca de una taza blanca cargada de café. Los precios de esta bebida varían;  al recorrer unas cuántas cafeterías   podemos encontrar cafecitos con leche desde ¢900 hasta los más refinados de ¢2000 en adelante. También el fruto dorado nos ofrece varias “caras”, entre las más famosas encontramos el cappuccino de origen italiano, el americano, el café frío, entre otros.
            Tomar café además de ser una acción deliciosa para el gusto, es un creador de energía, inclusive ayuda a nuestro organismo a aliviar dolores de cabeza y según la Asociación Mexicana de la Cadena Productiva del Café (AMECAFE),  ayuda  a disminuir las probabilidades de sufrir enfermedades del corazón.
                        Qué no lo pensamos dos veces cuando alguien nos invita a un café, o  mucho menos nos pique el codo para convidarle a otra persona una bebida tan mágica, porque al final las mejores ideas de la historia se han pensado a la luz de una taza de café.

domingo, 13 de octubre de 2013

¿Cuál es su nombre?

Una amiga me escribió un mensaje: “dicen que atropellaron a Marito Mortadela”. Se me arrugó el corazón y un icono de carita triste fue mi respuesta. Él, para mí, más que un icono famoso de las calles josefinas, es parte de una de las lecciones de vida más importantes que tengo.

A Marito, siempre lo veo, hasta tenemos una foto juntos. Todos los sábados tengo que levantarme temprano para ir a clases de inglés,  en la Universidad de Costa Rica. No tengo carro, por eso debo bajarme en la “Coca” y caminar por la Avenida Central para ir a tomar los buses que llevan a San Pedro. A las seis y media de la mañana siempre me lo encuentro, lo saludo y sigo. Pero un sábado de tantos, decidí invitarlo al desayuno. Qué es un pancito dulce y un fresquito.

Me lo encontré, de espaldas, recién bañado, camisita roja, “afinando” su guitarra y dejándose acalorar por el sol. Le toqué el hombro, le dije con voz madrugona: “¡Buenos días Marito, tome para que desayune!”. El “niño” con arruguitas y labios resecos, me sonrío, me abrazó y me tiró un beso. Pero eso fue sólo el preámbulo del ritual humano que me regaló esa mañana. Se quitó la gorra, se rascó la cabeza y me dijo: “muchacha ¿Cómo se llama usted?

Raquel, le contesté. “Pues, Raquel ¡Qué Dios te bendiga!”

Si, ese de voz ronqueta, a quien alguna vez el periódico La Nación le hizo un reportaje acerca de su historia, el hombrecito que a su modo “entona” melodías, no me preguntó, de dónde venía, en qué trabajaba o qué me gustaba hacer. Tampoco, se refirió a mí con algún adjetivo. Sólo me preguntó mi nombre.

Luego de que me bendijera, lo abracé de nuevo. Y como la “vieja” llorona que suelo ser, mientras llegaba a la parada de San Pedro, entre una sonrisa y una lágrima, recordé que mi mamá siempre decía que Dios nos llama por nuestro nombre. Y así fue.
Estoy segura que Marito sabe que yo soy su hermana, porque tenemos un mismo Padre. Él ama a los suyos. Les sonríe, y hasta los llama por su nombre. No los etiqueta, no los juzga. Pero nosotros, los hermanos “mayores” tenemos unos lentes oscuros tan profundos que ignoramos al resto de “maritos” que nos topamos.

No me importa que suene a cliché. Ese día, Mario Gilberto Solano Quirós, me enseñó que podrá tener el tarrito blanco vacío, pero llenito el corazón. 





domingo, 18 de agosto de 2013

Periodista, punto y coma

Por Raquel León Rodríguez

 ¡Recorcholis Batman! Una de las siete carreras en las cuales un joven no podría encontrar trabajo, es periodismo. Eso se dice hace rato y según una nota de teletica.com a través de una especialista del CONARE me lo confirma. Pero heme aquí, leyendo un “artículo” de alguna revista, de alguien que precisamente no es periodista. Un inicio sin premisa, un puño de párrafos sin fuentes, llenando los vacíos con varias fotos bien afinadas por Photoshop. ¡Y sí, para escribir una nota no hay que ser periodista! Pero como duele eso.
 Colegas, de meseros, tocando música en algún bar, sonriendo frente a una vitrina de servicio al cliente. O bien trabajando en campañas políticas, mordiéndose la lengua, porque hay que ganarse los frijoles.No importa cual motivo nos haya llevado a querer ser periodistas, algunos con sueños de maquillaje y televisión, otros con convertirse en comentaristas de Fox Sport, o bien simplemente nacieron con el gusanito del “metiche” adentro. Lo sé, porque desde que tenía cinco años grababa un “programa de radio” donde mi hermano menor me ayudaba como “entrevistado”. Durante cinco años me tocó cumplir con horario de oficina; sacando copias y atendiendo llamadas para luego meterle puño, letra y voz a las, columnas, reportajes televisivos o notas radiofónicas que me dejaban de tarea, pero ese era mi mundo onírico; mis noches como estudiante en la universidad. Me estaba formando como periodista, una que pudiera con toda la capacidad y actitud enfrentarse a las salas de redacción o reportear un rato. Así como yo, mis compañeros hicieron el mismo sacrificio; a unos los veo creciendo como profesionales en su charco y a otros esperando el chance en que la vida los tome en cuenta.
 Pero sigo leyendo el “artículo”, pazco, cursi, sin arte ni parte. Sin embargo, algún medio se lo publicó y eso ya es ganancia, le da más currículo a alguien que simplemente le dio por escribir algo. ¡Ojo! No tengo nada contra quien escribe lo que piensa, pero si me “encachimba” que desvirtúen la jugosa virtud de saber escribir, o por lo menos la conciencia de redactar en función de la compresión de un público, porque mis colegas saben a lo que me refiero, el valor que tiene escribir o hablar de forma sencilla para que todos entiendan, pero con glamour para no parecerse a cualquiera. Lastimosamente, el periodismo, no tiene la ventaja que tienen otras carreras, el abogado es abogado o el doctor es doctor hasta que alguien los certifica. El periodista, es aquel que muchas veces sólo comenta sobre un partido o en estos tiempos modernos, alguien que tiene muchos followers en Twitter, pero que nunca tuvo la intención de pasar por el proceso de conocer a su fuente o los paso elementales para una entrevista. Claro está, un periodista titulado necesita experiencia, necesita garra de calle, regaños de los colegas de la vieja guardia, necesita crecer como un verdadero profesional en el área de la comunicación, pero si seguimos viviendo en un país con un mercado tan cerrado o dándole pelota a gente que está “in” pero que de comunicadores no tienen nada ¿Qué hacemos? Acumular títulos y seguir sacando copias.
Dicen que hay que ser paciente, que las puertas se abren, pero a lo mejor nos toca llamar a algunos de los señores del Servicio Especial de Respuesta Táctica (S.E.R.T) para que nos colaboren con botar algunas puertas y salir de ese letargo laboral. Si me dicen que el problema está, en que muchas personas estudian periodismo y “no hay cama pa” tanta gente”, pues que se lo barajen a la niña que desde que tiene uso de razón, no se imaginó su vida haciendo otra cosa.
 En la calle hay muchos, cantantes frustrados, bailarines frustrados, poetas frustrados, pero en definitiva yo no quiero ir caminando por la Avenida Central y sentirme una periodista frustrada. Un día le dije a un amigo que admiraba a la gente que vivía de lo que amaba, porque no conocía otra forma de vivir ¡Puña! Yo me quiero admirar de mi misma entonces.

lunes, 12 de agosto de 2013

Si nos vamos a morir que sea de risa...

Tanto menester en la vida. Si esa amiga tan corta, tan vacilante, tan tan tan... Tan así de fugaz que se casó con el tiempo, y ese señor nos jode a cada minuto. Pero "relax" que si la vida nos hace carilla de brava, riámonos un rato, que al final es mejor reír que llorar, pero mejor aún llorar de tanta risa...

viernes, 18 de marzo de 2011

Lejos

Se Fue. Bastó la mirada escurridiza y la escusa barata para que entendiera que mi ilusión sonámbula era similar a la de un niño escuálido que espera por largas horas a su padre furtivo.
La fortaleza que siempre le restregaba en la cara a mis eternos compañeros de tragos, no era más que un maquillaje orgulloso de mi latente miedo por lo que no había llegado. Verla tan distante, tan incrédula, sólo me adolecía el alma y me sometía a un proceso de discusión con mi “ello”. Esperarla no era ni siquiera una opción añeja, para qué si ya se había ido, ni el recuerdo de una canción mal escrita era parte de su leyenda .
Me cansé de las mañanas pérdidas, de las infinitas discusiones con el espejo. Las escuetas dosis de esperanza que me habían costado años, se fueron por el lavabo que alguna vez compré con la energía de un joven e impetuoso mercader.
No tocó a mi puerta, no se metió por la ventana, quizás sólo fue parte de mi mente mortífera, la cual se reía de la inocencia ridícula de este pobre ser humano. Pero yo también podía irme, sólo que mi eterno amor a lo estable, y mi devoción por la rutina se condesaban en unos lienzos llamados caminos. No pude marcharme, me quedé sentado esperando la visita del reloj despertador.
Iluso, camino unos cuantos pasos para ver su silueta entre la esquina y el rótulo cerca de mi casa, aquella que se fue por seguir su instinto a lo mejor retorne a la sala que decoró pacientemente. Abriré la puerta y juro que mi voz infame gritará su nombre.