viernes, 18 de marzo de 2011

Lejos

Se Fue. Bastó la mirada escurridiza y la escusa barata para que entendiera que mi ilusión sonámbula era similar a la de un niño escuálido que espera por largas horas a su padre furtivo.
La fortaleza que siempre le restregaba en la cara a mis eternos compañeros de tragos, no era más que un maquillaje orgulloso de mi latente miedo por lo que no había llegado. Verla tan distante, tan incrédula, sólo me adolecía el alma y me sometía a un proceso de discusión con mi “ello”. Esperarla no era ni siquiera una opción añeja, para qué si ya se había ido, ni el recuerdo de una canción mal escrita era parte de su leyenda .
Me cansé de las mañanas pérdidas, de las infinitas discusiones con el espejo. Las escuetas dosis de esperanza que me habían costado años, se fueron por el lavabo que alguna vez compré con la energía de un joven e impetuoso mercader.
No tocó a mi puerta, no se metió por la ventana, quizás sólo fue parte de mi mente mortífera, la cual se reía de la inocencia ridícula de este pobre ser humano. Pero yo también podía irme, sólo que mi eterno amor a lo estable, y mi devoción por la rutina se condesaban en unos lienzos llamados caminos. No pude marcharme, me quedé sentado esperando la visita del reloj despertador.
Iluso, camino unos cuantos pasos para ver su silueta entre la esquina y el rótulo cerca de mi casa, aquella que se fue por seguir su instinto a lo mejor retorne a la sala que decoró pacientemente. Abriré la puerta y juro que mi voz infame gritará su nombre.

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