La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.
Miguel de Cervantes Saavedra
De camino por la autopista: San José-Caldera, mis ideas acerca del viaje hacia El Rincón de la Vieja, no eran muy convincentes. No estaba tan emocionada como el resto de mi familia; no había logrado dejar de lado los problemas “citadinos” que me embargaban esa semana. -¡No tengo ganas de ir!- lo repetí varias veces.
Más de tres horas de viaje, y el calor ya me estaba empezando a sofocar. ¿ Falta mucho?. Un viernes a las ocho de la noche: grillos, oscuridad y unas cuantas luces, era el primer paisaje que se me presentaba. -En San José sería otra cosa- no dejaba de pensar.
-¡Llegamos!-. Desempaqué las “cuantas” cosas que suelo cargar en la maleta, (como cualquier otra mujer), y agotada por el viaje no dudé en dejarme llevar por Morfeo. El viento se escuchaba a través de las hojas, su sonido era tenue pero su presencia era permanente.
Siete de la mañana, era hora de tomar el desayuno. Abrí la puerta de la habitación y por primera vez, aquellos pensamientos ortodoxos que pasaban por mi cabeza se detuvieron; no pude dejar de contemplar la mañana guanacasteca que tenía al frente. – ¿Así serán todos los amaneceres?- sonreí.
Era tiempo de una caminata: verde, insectos, terciopelos y tal vez arañas. Eso decía mi hermano que nos esperaría. Lo admito, me asustaba mucho la idea de encontrarme con especies poco simpáticas para mi gusto, pero bueno, me sentía segura con mi familia.
El camino estaba rodeado de árboles viejos, de raíces fuertes, como si se hubiesen aferrado a la tierra, atándose a su espacio perpetuamente. Las mariposas con alas azules aparecían esporádicamente, no se querían dejar fotografiar, tal vez añoraban que simplemente fuesen recordadas, como un arte majestuoso de la naturaleza.
Qué mágico, mis pulmones llenos de aire puro, otra vez el viento me acompañaba, igual de silencioso, pero parecía que sus dedos me hacían cosquillas en las piernas, o tal vez eran los zancudos. Aquella agotadora caminata nos ofreció como una anfitriona excepcional, una catarata que parecía un espejo, su color parecía reflejo del propio cielo.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo, realmente me senté a pensar sobre lo que había hecho de mi vida. Aunque sonase a discurso retórico, sentía que durante muchos meses me había convertido en la esclava de mis obligaciones, complejos y anhelos. Que en alguna parte del camino, ese clásico “yo” se había perdió y no trataba de pedir ayuda.
-¡Libertad!- se puede respirar, qué extraña alegría, qué irónica se volvió esa palabra. Pero es que acaso no era libre antes. Podía ir y venir, decir lo que sentía. Por qué esa libertad me sabía diferente.
Era hora de regresar al hotel. Cuánto duraría el efecto de esa sensación que llevaba. –Me durará todo el camino- a ultranza quería que fuese así.
El verdor y la fuerza del viento, parecían los cómplices furtivos que trataban de motivarme; tanto así que mi terrible pánico a la señora “altura”, se transformó en coraje. Era momento para enfrentarla, como una amanoza lo haría.
-¡Uno, dos, tres, respiro profundo, uno, dos y tres!- Lista para el famoso cannopy:-¡libreee!- grité con ahínco.
Salí victoriosa, me le reí en la cara, un temor se había esfumado. Era uno menos en mi lista de los “miedos”. -¡A ver que venga el que sigue!- decía con una risilla pícara.
Caía la noche, el sereno era cálido pero la compañía lo era aún más; y entre sonidos de marimba y cuerdas de guitarra, aquella aventura terminaba, pero el ánimo de triunfo era el mismo. Me había encontrado. En alguna parte de mi propia ruta, sin querer dejé señales, sin embargo, una gran piedra las estaba tapando.
Con el calor de otra mañana, el viento me daba indicaciones que era el momento de marcharnos. De nuevo en la carretera, con mis audífonos puestos, aquella frase de Sabina, retumbaba en mi mente: “Al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver”, la tatareaba pero no compartía esa idea, al contrario, ansiosamente la modificaba un poco: “al lugar donde se ha sido libre y feliz, se debería volver cien veces”.
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