Todos los días, debo recorrer la famosa Avenida Central. Matices, gente y tiendas, son parte del panorama que ella me ofrece. Sin embargo no hace mucho esa gran “calle” se ha vuelto intransitable; los famosos vendedores ambulantes la han tomado como propia y sus múltiples productos ya no dejan ver el asfalto.
Quienes debemos caminar por allí, nos sentimos sofocados por esas voces chillonas, que nos ofrecen infinidad de productos sin marca conocida. Desde la última película que no ha sido estrenada en el cine, hasta productos de belleza, son parte del repertorio que se encuentra en las bolsas plásticas que utilizan como mostradores, dignos de cualquier tienda.
Si antes era inseguro y peligroso transitar por tan conocido bulevar, en estos días, el susto y la intriga corre por aquellas almas que deben pasar por ahí; pero cómo no sentirlo si cada cinco minutos surgen los enfrentamientos disímiles entre ambulantes y policías municipales, ya que en las calles los vendedores doblan en número a los vigilantes de la ciudad.
Es comprensible que en tiempos tan difíciles, las personas busquen formas de salir adelante, y no dudo que muchos de estos vendedores lo harán con ese fin, sin embargo, este problema también se ha convertido en un negocio redondo para otros: ticos o no ticos, han logrado ocupar el espacio público, coronándose como amos y señores de la capital.
Pese al trabajo que las autoridades han realizado para erradicar dicho conflicto, no ha sido suficiente para vencer a quienes alteran el orden y la ley. Nada detiene el hambre de “comercio” que invade las calles.
No sé si una ley fuerte ayude, o contratar más policías sea la mejor solución, no soy autoridad, no tengo la fórmula secreta que aliviane esta carga social. Pero sí puedo hacer algo: decidí no ser partícipe de este negocio.
No quiero ser cómplice al comprar productos que no sé de dónde vienen y con qué fin los están vendiendo. Tal vez este voto de protesta ayude a marcar un alto en el camino; a lo mejor hay otros allá afuera que también quieren caminar por la Avenida Central sin tener que tropezarse con algo que precisamente no será una piedra.
"Aquí no hay extraños sólo amigos con quienes aún no nos hemos encontrado"
sábado, 17 de abril de 2010
viernes, 2 de abril de 2010
Amigos de ficcióm
En el año 2005, Mark Zuckerberg., estudiante universitario de Harvard, creó un sitio web con el fin de poder comunicarse con sus compañeros de clase, pero su ingeniosa idea no quedó en un simple experimento; de una forma veloz su “creación” se ha transformado en una de las redes sociales más importantes del mundo virtual: el Facebook.
Ahora, “casi” todas las personas que tienen la posibilidad de acceder a la internet, se han convertido en seguidoras de este sitio. Todos son “amigos” del Facebook; desde un presidente, un jefe de estado, un músico, hasta un estudiante que asiste al colegio, han adoptado este medio social, como parte de sus necesidades diarias.
Nuestro país no escapa de este fenómeno, más de medio millón de costarricenses se han unido a este grupo, y lo han convertido en una posibilidad para tener algún tipo de amistad.
Sin embargo, parece contradictorio cómo nos denominamos “amigos” o amigas” en el Facebook, cuando en la vida cotidiana, nos comportamos como simples “conocidas o conocidos” de alguien.
Agregamos a nuestra lista de “amistad” a personas con las que nuestra comunicación diaria se reduce a un sencillo: “¡Buenos días!”, pero gracias a las actualizaciones de sus perfiles nos enteramos si están contentas, tristes, preocupadas o sencillamente, enojadas con el universo.
De una u otra manera, esta red social ha logrado profanar el valioso significado de la amistad, convirtiendo a cualquier individuo en un “nuevo” amigo.
Ahora, una tarde de “café” entre compañeros ya no está en voga, para qué si podemos pactar una cita entre amigos para conversar a través del frío y distante “chat” de esta red social.
“El éxito de Facebook radica en tener 150 amigos. Eso es absurdo, ya que nadie los tiene en la vida real”; con esta frase del escritor y director argentino, Juan Faerman, quien publicó un análisis acerca de este fenómeno social mediante su libro “Faceboom”, se puede meditar, si de alguna manera hemos perdido de vista el significado que tiene el compartir una relación de amistad verdadera; inclusive, podríamos pensar que el tener más de cien “amigos” en “Facebook”, no nos convierte en personas más queridas por los demás.
Es posible que mediante esta red
”comunicativa”, hayamos creado una fantasía virtual, en la que por unas horas nos convertimos en los confidentes de alguien, pero luego, en lo cotidiano seguimos siendo los perfectos desconocidos de siempre.
Un escritor canadiense, contó a través de un escrito presentado en el “New York Times”, su experiencia al organizar una fiesta para sus 700 amigos de Facebook a la que finalmente asistió sólo una persona. Según cuenta el canadiense, remitió ciber-invitaciones a sus 700 “amigos”: 15 le dijeron que irían a su fiesta, 60 dijeron que quizás asistirían, y unos cientos le dijeron directamente que no; el resto ignoró su ofrecimiento y ni tan siquiera se molestaron en responderle.
Esa anécdota tan irónica refleja la otra cara del libro, la otra faz que no parece tan bonita, pero que existe y está latente: que en “facebookland”, como en cualquier libro de ficción, todo se convierte en una aventura interesante. Nos emociona saber que cada vez que acumulamos un amigo en nuestro perfil, los niveles de popularidad aumentan y eso nos convierte en personas más “importantes”, pero como al final de cada relato fantasioso, justo después de pasar la última hoja, simplemente retornamos a formar parte de un mundo más antagónico.
Ahora, “casi” todas las personas que tienen la posibilidad de acceder a la internet, se han convertido en seguidoras de este sitio. Todos son “amigos” del Facebook; desde un presidente, un jefe de estado, un músico, hasta un estudiante que asiste al colegio, han adoptado este medio social, como parte de sus necesidades diarias.
Nuestro país no escapa de este fenómeno, más de medio millón de costarricenses se han unido a este grupo, y lo han convertido en una posibilidad para tener algún tipo de amistad.
Sin embargo, parece contradictorio cómo nos denominamos “amigos” o amigas” en el Facebook, cuando en la vida cotidiana, nos comportamos como simples “conocidas o conocidos” de alguien.
Agregamos a nuestra lista de “amistad” a personas con las que nuestra comunicación diaria se reduce a un sencillo: “¡Buenos días!”, pero gracias a las actualizaciones de sus perfiles nos enteramos si están contentas, tristes, preocupadas o sencillamente, enojadas con el universo.
De una u otra manera, esta red social ha logrado profanar el valioso significado de la amistad, convirtiendo a cualquier individuo en un “nuevo” amigo.
Ahora, una tarde de “café” entre compañeros ya no está en voga, para qué si podemos pactar una cita entre amigos para conversar a través del frío y distante “chat” de esta red social.
“El éxito de Facebook radica en tener 150 amigos. Eso es absurdo, ya que nadie los tiene en la vida real”; con esta frase del escritor y director argentino, Juan Faerman, quien publicó un análisis acerca de este fenómeno social mediante su libro “Faceboom”, se puede meditar, si de alguna manera hemos perdido de vista el significado que tiene el compartir una relación de amistad verdadera; inclusive, podríamos pensar que el tener más de cien “amigos” en “Facebook”, no nos convierte en personas más queridas por los demás.
Es posible que mediante esta red
”comunicativa”, hayamos creado una fantasía virtual, en la que por unas horas nos convertimos en los confidentes de alguien, pero luego, en lo cotidiano seguimos siendo los perfectos desconocidos de siempre.
Un escritor canadiense, contó a través de un escrito presentado en el “New York Times”, su experiencia al organizar una fiesta para sus 700 amigos de Facebook a la que finalmente asistió sólo una persona. Según cuenta el canadiense, remitió ciber-invitaciones a sus 700 “amigos”: 15 le dijeron que irían a su fiesta, 60 dijeron que quizás asistirían, y unos cientos le dijeron directamente que no; el resto ignoró su ofrecimiento y ni tan siquiera se molestaron en responderle.
Esa anécdota tan irónica refleja la otra cara del libro, la otra faz que no parece tan bonita, pero que existe y está latente: que en “facebookland”, como en cualquier libro de ficción, todo se convierte en una aventura interesante. Nos emociona saber que cada vez que acumulamos un amigo en nuestro perfil, los niveles de popularidad aumentan y eso nos convierte en personas más “importantes”, pero como al final de cada relato fantasioso, justo después de pasar la última hoja, simplemente retornamos a formar parte de un mundo más antagónico.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)